lunes, 10 de marzo de 2008

8 de marzo. Romper con la tradición de opresión


Gustavo Beramendi


Cuando llega el 8 de marzo, y en especial el de este año víspera electoral, muchas organizaciones políticas y sindicales de este país se limitan a salir en paseíllo por las calles, a darnos datos sobre lo que han avanzado las mujeres obreras respecto a la situación que vivían no hace tantos años y a decirnos que todavía queda mucho camino por andar.


Cosa cierta, pero que no es otra cosa que quedarse en la superficie de las relaciones sociales y no ahondar en los problemas que hacen que tengamos que seguir hablando de la conquista de la igualdad por parte de las mujeres.

Los derechos de las mujeres y su lucha por avanzar hacia otro modelo social están recibiendo los ataques y la reacción de la derecha más conservadora, para poner freno a las nuevas relaciones de convivencia básicas. La iglesia se ha convertido en el ariete de estos ataques, saliendo en defensa de la familia “tradicional”. Este modelo familiar tradicional ataca principalmente a la mujer en su independencia económica y en su posibilidad de desarrollarse como persona.

Si observamos la evolución social de los últimos tiempos, vemos como las relaciones de producción apenas han cambio. La esencia de este sistema sigue siendo la explotación. Las relaciones sociales que de él se desprenden y la forma de pensar que descansa sobre estas relaciones económicas no han cambiado. En este contexto, aunque las mujeres, en cierta medida, han conquistado puestos de trabajo a los que hasta hace relativamente poco tiempo no podían acceder, ha sido a costa de perder su potencial revolucionario y de proponer nuevas relaciones sociales y de producción.

Los fundamentalistas cristianos definen el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, dicen que dejar que los gays se casen destruye la “santidad” del matrimonio y que la institución del matrimonio ha existido en la sociedad humana desde miles de años. A lo largo de la historia, la familia ha sido un reflejo de las relaciones económicas y sociales del momento. Por eso, las relaciones sexuales, el matrimonio y la familia, la reproducción y la crianza de los niños han variado a lo largo de cientos de miles de años.

En las sociedades primitivas se practicaban “matrimonios de grupo” (cohabitación de grupos de hombres y mujeres). Se practicaban poligamia (un hombre tenía varias esposas) y poliandria (una mujer tenía varios esposos). En algunas culturas se permitía el matrimonio de parientes, y en otras estaba estrictamente prohibido. Ha existido una amplia variedad de prácticas homosexuales. Han existido diferentes formas de monogamia. Han existido sociedades en que los hijos pertenecen a la familia de la mujer. Y durante miles de años de sociedad de clases ha dominado el patriarcado, en que los hombres controlan la familia y las principales instituciones de la sociedad. Como podemos comprobar, el matrimonio no es una institución eterna, ni inmutable ni sagrada.

En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Federico Engels profundizó en el análisis de la familia y el matrimonio. Engels postula que el aspecto fundamental de la vida y la sociedad de los seres humanos es la producción y la reproducción de la vida. Esto es, la producción de los medios para satisfacer las necesidades básicas (comida, ropa, techo y las herramientas necesarias para su producción) y la reproducción de los seres humanos (la procreación y la crianza de los niños). Cada generación hereda las fuerzas productivas que han evolucionado hasta ese momento. Si observamos cualquier punto de la historia humana, veremos cierto desarrollo de la tecnología y las herramientas, las materias primas y el conocimiento científico. Veremos además que, en términos generales, a distintos niveles de las fuerzas productivas corresponden ciertas relaciones de producción. Asimismo veremos que sobre las relaciones básicas de producción de la sociedad surge una superestructura (política, educación, cultura, ideas, tradición, etc.) que refuerza dichas relaciones de producción. La familia ocupa un papel muy importante en esa superestructura. Es la encargada de transmitir las tradiciones, las ideas, la moral, las normas sociales e inclusive el concepto mismo de la familia.

En los últimos siglos la familia y el matrimonio han cambiado. Ha habido cambios en las leyes, en el pensamiento y en el comportamiento al respecto. Lo que hoy es una tradición aceptada, justificada e impuesta, mañana puede ser prohibido por la ley y rechazado por la sociedad, según cambien las relaciones económicas y sociales, y la correspondiente cultura y forma de pensar.

En el capitalismo, la clase explotadora, la clase capitalista, es dueña de los medios de producción: las fábricas, las máquinas y el capital inversor. Pero la burguesía no es dueña de los trabajadores que explota. Las masas populares tienen que venderle su fuerza de trabajo para subsistir. Se dice que en el capitalismo el individuo es “libre”, que a diferencia del esclavo o del siervo feudal, el trabajador de hoy tiene libertad dentro del mercado capitalista de trabajo. Pero ese espejismo de libertad oculta la realidad de la subyugación del proletariado a la burguesía. Para la gran mayoría, la “libertad” se reduce a esto: libertad de escoger si trabajar o pasar hambre; libertad de escoger el explotador al cual venderle la fuerza de trabajo; libertad de “trabajar para el patrón” o de trabajar por su cuenta sometido también a las leyes de la competencia que operan en el capitalismo.

Esta es la naturaleza básica de las relaciones de producción en el capitalismo. Y tales relaciones económicas se manifiestan en la institución del matrimonio y la familia, y la refuerzan. Aquí también opera el espejismo de la libertad: que en la “familia moderna” la mujer es libre, que tiene opciones y que controla su propia vida. En el capitalismo, es cierto, la mujer no es propiedad directa del marido, ni el padre la compra y vende directamente, pero las relaciones sociales patriarcales conllevan mil formas de brutal opresión.

La familia es la unidad económica básica de consumo en la sociedad y esto va contra la independencia y la liberación de la mujer. ¿Cuántas mujeres viven en relaciones vacías y violentas porque no tienen dinero para sobrevivir por su cuenta?. Las relaciones de hombres y mujeres son un espejo de las relaciones económicas de la sociedad capitalista. El hombre desempeña el papel de la burguesía en la familia. La división del trabajo en la familia es opresiva y relega a la mujer al papel de esposa, madre y ama de casa.

¿Qué dice sobre la naturaleza de la sociedad capitalista el que cada día, cada hora millones de mujeres en todo el mundo sufran violaciones, golpes, incesto, acoso sexual e incluso el asesinato?.

En el capitalismo, la familia es crucial para mantener el control y la cohesión social. Es crucial para criar y socializar a los niños, para enseñar las ideas y los valores tradicionales que refuerzan las relaciones de propiedad predominantes. Eso no es posible sin la subordinación tradicional de la mujer en la familia.

Por eso, para la clase dominante y los movimientos reaccionarios “la mujer debe estar en su casa”. Por eso, los reaccionarios atacan tanto a la mujer para volver a meterla en su papel tradicional ahora que el mismo capitalismo está minando la base de la familia tradicional.

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