jueves, 9 de julio de 2009

La guerrilla naxalita en India

Nacida en 1967, la guerrilla maoísta naxalita ha extendido su influencia, imponiéndose como “el más grande desafío para la seguridad interna” desde la independencia, según el primer ministro indio Manmohan Singh. El Estado de Chhattisgarh, en el centro del país, replica con una violenta campaña contrainsurgente: las milicias reclutan por la fuerza a los campesinos haciéndole el juego a los poderosos intereses industriales.

Perdido en el corazón de Chhattisgarh, el fortín de Rani Bodli está ubicado frente a la oscuridad intimidante de la jungla, con sus metralletas apuntando hacia los árboles. El 15 de marzo pasado, al alba, fue atacado por cientos de guerrilleros maoístas, que surgieron de esa vegetación. Desbordados, cincuenta y cinco policías y soldados sustitutos resultaron muertos. Sólo sobrevivieron doce hombres, heridos. En cuanto a los refuerzos, les llevó tres horas recorrer los ocho kilómetros que los separaban de los sitiados.

Unas semanas después de la carnicería, sentado a la sombra de un mango, con el codo apoyado en su Kalachnikov, el jefe de sección Essaryado parece interrogarse sobre su utilidad en esos lugares. Alrededor suyo se activa su tropa, en su mayoría soldados suplentes bautizados SPO (Special Police Officer), muy jóvenes y poco aguerridos. "Este puesto se construyó en 2005", explica el suboficial. Entonces Nueva Delhi se esforzaba por recuperar esa jungla, dominio de los guerrilleros comunistas desde la década de 1980. Pero era un control puramente formal, ya que por temor a las emboscadas, los policías no se aventuraban fuera de su ciudadela. "Para ir a la ciudad tomamos el ómnibus, como los civiles, es lo más seguro", desliza amargamente Essaryado.

En caso de un nuevo asalto, esta guarnición correrá sin dudas la misma suerte que la anterior. En 2006, hubo 749 muertos en el conflicto entre los rebeldes comunistas y la República India; otros 483 murieron entre enero y septiembre de 2007 1. La situación de Rani Bodli resume el desconcierto del gigante indio ante el auge de la insurrección.

La guerrilla naxalita nació en marzo de 1967, cuando los campesinos de la aldea de Naxalbari (Bengala) se incautaron del arroz de un propietario de la tierra. Después de este levantamiento campesino, diferentes grupos armados maoístas implantaron sus campamentos guerrilleros en la jungla y en las zonas rurales aisladas, militarmente activos pero sin embargo estancados, como incendios privados de oxígeno. Sólo en septiembre de 2004 encontraron algo de aliento, cuando los dos movimientos principales, el Grupo de la Guerra Popular (PWG, por su sigla en inglés), establecido en el centro del país, y el Centro Comunista Maoísta de India (MCCI), activo en Bihar, se fusionaron para formar el Partido Comunista de India (CPI) maoísta, que fue prohibido.

Desde entonces, los naxalitas extendieron sus actividades, primero a catorce y después a dieciséis Estados indios. En agosto, actuaban en 192 distritos de los 602 existentes, estableciendo un verdadero "corredor rojo" 2 de 92.000 km2, desde la frontera nepalesa hasta las costas del sudoeste. Nueva Delhi teme una próxima extensión de la guerrilla a Gujarat, Rajasthan, en el Himachal Pradesh, a Jammu y Cachemira... y toma nota de la voluntad de los insurgentes de actuar en los centros urbanos (Calcuta, Bombay, Ahmedabad...) 3.

"El naxalismo es el mayor desafío para la seguridad interna que haya conocido nunca nuestro país", declaró el primer ministro Manmohan Singh (del Partido del Congreso), en abril de 2006, ante los jefes de gobierno de los Estados. En efecto, a diferencia de los separatismos de Cachemira o de los Estados del noreste, el naxalismo quiere conquistar todo el territorio indio. Y parece improbable una solución negociada, ya que los insurgentes tienen como objetivo la revolución.

Objetivo: la victoria

Llamémoslo Patel. Este alto dirigente naxalita nos recibe en una metrópolis india 4. Para nuestro interlocutor, las expresiones de Singh constituyen una confesión de fracaso y de pánico de las elites. "Nuestro objetivo es controlar las zonas rurales, donde el Estado es débil, y luego extender gradualmente ese poder popular hasta las ciudades. Es una estrategia a largo plazo. Pero la mundialización y sus consecuencias, la pauperización y las desigualdades, aceleran el proceso." Ajai Sahni, director del Institute of Conflict Management (ICM) en Nueva Delhi, explicita este modo de operación: "En una zona dada, los maoístas estudian la situación social. A través de organizaciones simpatizantes, movilizan a las masas en torno a reivindicaciones y despiertan su conciencia política; luego detectan a los elementos más motivados para convertirlos en combatientes. Cuando la violencia surge, ya es demasiado tarde para que el Estado intervenga". Sahni explica que los servicios secretos descuidaron durante mucho tiempo la infiltración en estas organizaciones pantalla. Sin embargo, siete de ellas acaban de ser prohibidas en Orissa.

Según las estimaciones existentes, la guerrilla tiene una fuerza de diez mil a veinte mil combatientes, a los cuales se agregan cuarenta mil militantes que garantizan la logística. Se beneficiaría con el entrenamiento de los Tigres Tamiles de Sri Lanka 5, especialmente en el manejo de explosivos. Aunque Patel desmiente cualquier ayuda de los separatistas tamiles, confirma en cambio algo que sospecha Nueva Delhi: muchas de las armas son tomadas de los policías muertos, pero parte de ellas es fabricada por artesanos y pequeñas empresas. "En todo el país hay talleres que forjan gatillos, otros culatas, etc., sonríe. El conjunto se ensambla en un lugar seguro." La policía de Andhra Pradesh descubrió en septiembre de 2006 un escondite donde había 875 cohetes, fabricados en talleres clandestinos de Madrás (Tamil Nadu).

En el aspecto financiero, los maoístas recurren al "impuesto revolucionario", extorsionando a las empresas y comercios que se encuentran en las proximidades de los campamentos guerrilleros. "Cada uno debe pagar un impuesto de hasta el 12% de sus ingresos. A los que se niegan les incendian sus bienes. O peor", explica en Nueva Delhi P.V. Ramana, investigador de la Observer Research Foundation (ORF). Aunque lo nieguen, los grandes grupos industriales también pagan su parte. "Algunos están establecidos en plena zona rebelde. Y extrañamente, nunca son atacados", señala un periodista de Chhattisgarh. Ramana estima el presupuesto anual del CPI Maoísta en 2.500 millones de rupias (46 millones de euros), "un mínimo, teniendo en cuenta sus actividades".

Patel y sus hombres, ¿avizoran la victoria? "Antes, nadie hubiera imaginado que los maoístas pudieran llegar al gobierno de Nepal", señala el guerrillero. Es cierto, pero India es la democracia más grande del mundo, y no un pequeño país montañoso con un déspota desacreditado... Los naxalitas, convencidos de los fundamentos de su lucha armada, niegan cualquier legitimidad a las instituciones de Nueva Delhi. Ganapathi, secretario general del partido clandestino, interrogado en forma escrita por intermedio de Patel, denuncia al Parlamento indio: "Los que entran al Parlamento no son más que marionetas en manos de los lobbies. ¿Se puede hablar de democracia cuando compran a los votantes con dinero o alcohol, cuando los representantes electos exaltan la pertenencia étnica, religiosa o de casta?".

La compra de votos es frecuente en India, y es cierto que los políticos atizan las tensiones comunitarias para afianzar su poder. Así, Narendra Modi, del Baratiya Janata Party (BJP, nacionalistas hindúes), jefe de gobierno de Gujarat y parcialmente responsable de los pogroms antimusulmanes de febrero de 2002, fue reelecto gracias a su islamofobia. Por otra parte, la cuestión de las castas sigue teniendo una vigencia trágica: en diciembre de 2006 fueron absueltas 46 personas acusadas de haber quemado vivos a siete intocables en el pueblo de Kambalapalli (Karnataka). Los naxalitas llaman a los 125 millones de dalits (intocables) a unirse a sus filas.

Por último, las prácticas de la izquierda en el poder alientan a los rebeldes en su convicción de que el parlamentarismo corrompe al revolucionario. El 14 de marzo pasado, en Nandigram (Bengala Occidental), la represión de una manifestación de campesinos que se oponían a la expropiación de sus tierras para crear una "zona económica especial" (o zona franca) produjo 14 muertos. Las fuerzas del orden fueron asistidas en su tarea por militantes armados del Partido Comunista (PC), que dirige ese Estado desde hace tres décadas. Ganapathi apunta también a los límites del éxito de India en la mundialización (el país tuvo este año un 9,4% de crecimiento económico): "Muchos de los productos de lujo de ayer se han convertido en las necesidades de hoy. ¡La lista de las necesidades se alarga con la proliferación de los bienes de consumo y la promoción del consumismo por el mercado! Eso produce una frustración creciente".

"Que el pez se ahogue"

Es cierto que las ciudades se llenan de centros comerciales, y también es cierto que se desarrolla el parque automotriz y que en todas partes suenan los teléfonos portátiles. Pero India parece tener un techo en el lugar 126 de las 186 naciones en que se mide el índice de desarrollo humano (China está en el lugar 81), porque 400 millones de indios sobreviven con un dólar por día, y un niño de cada dos no come lo suficiente 6.

El Estado de Chhattisgarh se encuentra en el centro del "corredor rojo". Tres mil insurgentes controlan allí un territorio de 25.000 km2. El sur del Estado está poblado en un 80% por "tribus" adivasi 7, pobres y en su mayoría analfabetas. Como el poder estatal nunca se manifestó de otro modo que a través de las arbitrariedades de funcionarios corruptos, los naxalitas llenaron un vacío: "El desamparo de los adivasi, explotados y desposeídos, ofrecía una situación ideal para iniciar una revolución comunista", señala el Centro Asiático por los Derechos Humanos (ACHR, por su sigla en inglés), en un informe del 17-3-06 sobre la situación en Chhattisgarh. Extorsionados por la policía, los guardias forestales y los usureros, los campesinos y cazadores-recolectores adivasi apreciaron que la guerrilla naxalita echara o castigara a todos los que molestaban. Los naxalitas también consiguieron que los adivasi vendieran a mejor precio su cosecha de hojas de tendu, con la que se arman los cigarrillos bidis. "El Estado nunca hizo nada por nosotros", dicen los aldeanos cercanos a la guerrilla. "Antes de que llegaran los naxalitas, los policías nos saqueaban."

Muy móviles, las columnas de guerrilleros van y vienen; incluso una cuadrilla se detuvo aquí la antevíspera, "invitando" a los habitantes a un meeting. Un profesor cuenta que el 20% ó 30% de los adolescentes se unen a los insurgentes, "por decisión propia o bajo presión". Aquí, la escuela y los pocos edificios oficiales están en ruinas porque la guerrilla los bombardeó para evitar que sirvieran de cuarteles. Centrados en sus objetivos militares, los naxalitas parecen hacer poco caso de las necesidades inmediatas de quienes se supone ellos representan: "Formaron a una adolescente en medicina, pero no pudo quedarse aquí para cuidarnos. Tuvo que irse con ellos al campamento guerrillero", dicen los aldeanos. Lo quieran o no, los adivasi deben conformarse con los maoístas; en 1993, la guerrilla asesinó a 70 de ellos como represalia por una rebelión.

El Estado de Chhattisgarh está experimentando desde hace dos años una amplia política, similar a la llevada a cabo por Washington durante la guerra de Vietnam: se trata del desarrollo de milicias antiguerrilla y del agrupamiento forzado de civiles en "aldeas estratégicas". Vacías, los zonas rurales no abastecen a los insurgentes, y queda despejado el camino para operaciones comando. Mao Tse Tung decía que la guerrilla debe estar entre el pueblo como un pez en el agua. Según confesó un oficial de alto grado de la policía de Chhattisgarh, para destruir los campamentos guerrilleros, hay que "desecar el estanque para ahogar al pez". Un clásico de todas las operaciones contrainsurgentes, se desarrollen en América Latina o en Asia.

Milicias paramilitares

En efecto, en junio de 2005 nació la milicia Salwa Judum. Las autoridades de Chhattisgarh presentan a este movimiento como una "reacción espontánea" de aldeanos cansados de tener que alimentar a los rebeldes, y decididos a echarlos de su territorio. Los naxalitas la consideran una milicia paramilitar, conducida por el BJP y el jefe de la oposición Mahendra Karma (del Partido del Congreso). El propio nombre de Salwa Judum se presta a confusión, ya que en la lengua gondi puede traducirse como "campaña por la paz" o "cacería purificadora". La única certeza es que Salwa Judum se ha convertido de facto en un instrumento de terror del Estado.

K.R. Pisda, jefe administrativo del distrito de Dantewada (en el sur de Chhattisgarh), detalla la situación con cifras que apoyan sus dichos: "El distrito tiene 700.000 personas, distribuidas en 1.153 aldeas; 644 aldeas están hoy vacías y sus 53.000 habitantes fueron reunidos en 27 campos. Antes del nacimiento de Salwa Judum, muchos apoyaban a los naxalitas. Hoy están con el gobierno. Al no gozar ya de una base en la población, los rebeldes resultan más fáciles de combatir".

Estas aldeas estratégicas están bordeadas de alambradas de espinos y de ametralladoras. Es una necesidad, ya que los naxalitas las toman como objetivo, con el fin de forzar a la población a quedarse en sus aldeas. En julio de 2006 atacaron el campo de Errabore, matando a 31 personas, muchas de ellas civiles. En realidad, estos campos no tienen nada de provisorio: las casas están construidas con materiales duros, un signo de que el gobierno busca fijar allí a la población de manera definitiva. Detrás de las aparentes sonrisas, se percibe un malsano clima policíaco; una desconfianza generalizada rezuma de las conversaciones y miradas, porque los refugiados se callan o modifican sus propias palabras cuando llega tal o cual individuo.

Sentados bajo un árbol en el campo de Domapal, los aldeanos de Korapad tienen la mirada triste y resignada de los desarraigados. Un niño de vientre hinchado por la malnutrición relativiza las declaraciones de K.R. Pisda sobre "la mejora en las condiciones de vida" en los campos, que durante mucho tiempo fueron denunciadas como "deplorables" por las ONG locales e internacionales. "Algunas familias de la aldea eran de Salwa Judum", explica un viejo. Los guerrilleros frecuentaban la aldea desde los años '80 y no parecen haber dejado un recuerdo demasiado malo. Su actitud cambió con la aparición de la milicia, porque "los rebeldes nos acusaron a todos de apoyar a Salwa Judum y tuvimos que huir. Nuestros bienes se quedaron en la aldea. Aquí no tenemos nada. Otros refugiados recibieron 12.000 rupias (210 euros) del gobierno para construirse una casa. Pero cuando nosotros llegamos nos dijeron que era demasiado tarde, que ya no había más dinero". Desocupados, lejos de sus tierras y bosques, estos hombres construyen rutas por el equivalente a 1,10 euros por día.

Entre un campo de refugiados y otro hay desolación, aldeas desiertas y a veces incendiadas, campos sin cultivar y carroñas de ganado. Los bordes de la ruta fueron despejados para restringir las posibles posiciones para emboscadas. En un poblado en cenizas, una vieja enferma agoniza, sola, abandonada por todos. Un hombre que volvió para buscar algunas cosas muestra las casas quemadas: "Nosotros no queríamos irnos al campo; entonces la gente de Salwa Judum nos acusó de ser maoístas, y prendieron fuego a las casas".

Niños soldados

Más al sur está el campo de Errabore. Soyam Bhima, un notable del lugar convertido en jefe local de Salwa Judum, explica por qué los aldeanos no pueden volver a sus lugares: "Los rebeldes los matarían". Detrás de él hay un intimidante guardaespaldas, equipado con anteojos negros y un enorme fusil. En una calle más alejada, una muchacha muy joven, con traje de faena, adopta espontáneamente la posición de firme al ser interpelada. Jave afirma tener 20 años, pero no parece tener más de 15. Es una SPO, con un salario mensual de 1.500 rupias (26 euros). La chiquilla no ha tenido todavía su bautismo de fuego, pero está impaciente por ir a "combatir a los terroristas".

En dos años, las autoridades reclutaron alrededor de 4.000 auxiliares de policía entre los desplazados. Un SPO, carne de cañón poco entrenada y mal equipada, no tiene ninguna oportunidad ante un insurgente aguerrido, como demuestra la tragedia de Rani Bodli. Las ONG han establecido que muchos de esos soldados suplentes, atraídos por la promesa de un empleo e inconscientes de los riesgos, son chicos a veces de 13 años, que mienten sobre su edad. Así es como India emplea a niños soldados 8.

Interrogado sobre este tema, Thakur Praful, jefe de policía del distrito, descarta el argumento: "Sus certificados de nacimiento prueban que tienen por lo menos dieciocho años". El policía finge ignorar que un documento falso cuesta un puñado de rupias. Los naxalitas enrolan a guerrilleros con un "mínimo de 16 años". El Centro Asiático por los Derechos Humanos (ADHR) ha identificado casos dramáticos de "doble reclutamiento forzado": en la misma familia, un niño es guerrillero y otro SPO.

En mayo pasado, en Santoshpur, muy cerca de aquí, fueron exhumados los cuerpos de siete hombres porque, acusados de ser naxalitas, habían sido asesinados por las fuerzas del orden y Salwa Judum. Acampando bajo los árboles, los testigos de la masacre relatan: "Nosotros no queríamos migrar hacia los campos. Entonces tomaron a esos hombres y los mataron a hachazos". Las autopsias lo confirman. "Salwa Judum decide quién va a los campos, y si sospechan que somos favorables a los naxalitas, entonces no gozamos de ninguna ayuda." Amnesty Internacional denuncia, por otra parte, el acoso de que son víctimas los defensores de los derechos humanos, sospechados de ser cómplices de los naxalitas. Una acusación burda, porque las ONG también denuncian las exacciones cometidas por la guerrilla. Una ley votada en 2005, el "Chhattisgarh Special Public Security Hill", pretende reducir al silencio las críticas, en desmedro del artículo 19 de la Constitución india, que garantiza la libertad de expresión. A pesar de los abusos probados, la opción paramilitar se extiende: en los Estados vecinos de Jharkland y de Andrha Pradesh se han observado ya milicias calcadas del modelo de Salwa Judum.

Proyectos de industrialización

Varios observadores y periodistas locales creen que al vaciar así las zonas rurales, el gobierno de Chhattisgarh tiene un objetivo ajeno a la guerra contra los naxalitas: acelerar la implantación de proyectos industriales... Porque aunque la población de este Estado es indigente, su subsuelo rebosa de riquezas: un quinto de las reservas de hierro del país se encuentran allí. Pero los adivasi saben, por propia experiencia, que la industrialización no los beneficia en nada. Así, el complejo minero de Bailadilla -1.200 millones de toneladas de mineral- no los emplea, ya que no los juzga suficientemente calificados. Desde la independencia, millones de pueblos tribales fueron desplazados en nombre de un desarrollo del que no han percibido ningún dividendo.

En Kalinga Nagar, en el vecino Estado de Orissa, los adivasi bloquearon una ruta durante un año para impedir la venta de sus tierras al grupo industrial indio Tata. El 2-1-06, la policía mató a 13 de ellos en una escaramuza. "Volvimos fértiles estas tierras sin cultivar. Ninguna compensación nos las devolverá, y sabemos que Tata no nos empleará", cuenta Ravinda Jarekar, portavoz de los que protestaban. Se esperan 30.000 millones de dólares de inversiones por la industrialización de Chhattisgarh, Orissa y Jharkland 9 pero en todas partes los campesinos se niegan a ceder sus parcelas.

En junio de 2005, cuando nacía Salwa Judum y su campaña de desplazamientos forzados, el Estado de Chhattisgarh firmó acuerdos con los grupos industriales Tata y Essar para crear minas y acerías, afirmando su compromiso de poner los terrenos a su disposición. El acuerdo contiene una cláusula de confidencialidad que el gobierno se negó a develar a los representantes electos de la oposición, contrariamente a lo que exige la ley india. Otra coincidencia inquietante es que, en septiembre de 2006, los miembros del poblado de Dhurli debieron ceder sus tierras a Essar a cambio de una reducida compensación, bajo la amenaza de los policías y ante la presencia de... Mahendra Karma, el líder de Salwa Judum.

Estas motivaciones industriales explicarían la prisa de las autoridades para invertir en costosos campos de refugiados, en vías de convertirse en verdaderas pequeñas ciudades. Los adivasi de Chhattisgarh se verían pues sometidos a un éxodo forzado. Cuando, en esa provisoriedad crónica, hayan encontrado puntos de referencia, mediante nuevas oportunidades económicas y vínculos sociales regenerados, ya no habrá ninguna duda de que tenderán a ceder sus parcelas no cultivadas, infestadas de "terroristas". El crecimiento económico indio, centrado en los servicios y frenado por un mundo rural atrofiado, tiene una imperiosa necesidad de industrialización. Esta industrialización, muchas veces sinónimo de arbitrariedad, asusta a la población. Pero la injusticia alimenta al naxalismo, como lo reconoce el propio Primer Ministro 10 Con toda seguridad, la mejor respuesta a la rebelión reside más en la eficiencia del Estado de derecho que en una estrategia contrainsurgente liberticida y ambigua.

  1. Institute for Conflict Management, Nueva Delhi, 27-9-07.
  2. Institute for Conflict Management, Nueva Delhi, agosto de 2007.
  3. "Left wing extremism in India", Institute for Conflict Management, Nueva Delhi, octubre de 2006.
  4. Nos rehusaron la posibilidad de encontrarnos en un campamento guerrillero, porque temían que las fuerzas de seguridad nos siguieran y se produjera una ofensiva.
  5. Eric Paul Meyer, "Ressorts du séparatisme tamoul au Sri Lanka", Le Monde diplomatique, París, abril de 2007.
  6. Según Unicef, el 47% de los niños indios de menos de cinco años sufre de insuficiencia ponderal moderada o grave (1996-2005). "Situation des enfants dans le monde 2006".
  7. India tiene entre 60 y 70 millones de habitantes autóctonos adivasi, que son la población indígena más grande del globo. Como generalmente viven de los productos del bosque, los adivasi se cuentan entre los indios más desposeídos. Como todas las minorías del país, gozan de cuotas reservadas para las castas bajas. Dossier "Discriminación positiva", Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, mayo de 2007.
  8. Unicef define como niño soldado a cualquier combatiente de menos de 18 años.
  9. Cálculo de los consultores financieros CLSA, Bombay, agosto de 2006.
  10. "Explotación, bajos salarios, circunstancias sociopolíticas inicuas... Contribuyen significativamente al crecimiento del movimiento naxalita". Manmohan Singh, 13-4-06, en un discurso a los jefes de gobierno de los Estados.

http://www.insumisos.com/diplo/NODE/1854.HTM

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